Skip links
Nuevo Libro: La Última Dieta - Noe Previtera

Nuevo libro: La Última Dieta

¿Qué edad tenías cuando hiciste tu primer dieta? Ese día comenzaron tus verdaderos problemas con el peso. Y la solución viene viviendo en libertad con la comida.

Por mucho tiempo me consideré una comedora compulsiva. Me dijeron también que, probablemente, era adicta al azúcar. Desde los 14 años de edad incurrí en todos los métodos que me ofrecieron para darle una solución a mis episodios de descontrol y a las subidas de peso constantes. Usualmente invertía 6 meses en adelgazar 10 kilos y 2 semanas en subirlos de nuevo (con unos kilos de regalo). La peor parte de todo esto es cuánto sufría. Sufría cuando tenía atracones, sufría cuando no me entraba la ropa, sufría cuando estaba en mis pesos más altos, sufría con el miedo de volver a engordar aún en mis pesos más bajos.

No fue hasta hace poco tiempo que descubrí que mi comportamiento ya había sido explicado científicamente: era una dietista crónica (Mann, 2007). Básicamente, había pasado la mayor parte de mi haciendo una dieta, rompiéndola y volviendo a comenzar una nueva con un nombre diferente. No sabía lo que era no estar haciendo dieta. O estaba en estricta restricción o estaba en pleno descontrol. Lo que me llevaba una nueva dieta para el próximo lunes. Tenía más información en mi cabeza que los nutricionistas a los que iba y, si cambiaba de profesional de la salud, era para ver si alguno me decía algo diferente a lo que ya había intentado. Escuché y apliqué todo tipo de consejos: supresores del apetito, pastillas para adelgazar, cortar definitivamente toda ingesta de carbohidratos, ejercicio físico, mucho ejercicio físico. Pero nunca me mencionaron que mi problema no era que me salía de la dieta. Mi problema era que había vivido mi vida entera haciendo dieta.

Si con estas pocas palabras ya te sentís totalmente identificada, vas a seguir leyendo. Vas a leer y entender cuando te hablo de los episodios en los que rompés los límites lógicos de cuánto una persona puede comer. Esos límites que dicen que uno debería poder parar cuando el estómago está a punto de explotar. Pero no parás. Necesitás continuar. Si por este motivo te consideras adicta a la comida, pues, dejame decirte que existe la gran posibilidad de que solo tengas mucha hambre. Esa sensación compulsiva de necesitar comer ‘ya mismo’ es deuda de comida. Una deuda de años. 

Cada vez que mi cuerpo me pidió comer y yo le dije que no, que todavía no era el horario estipulado para la ingesta, que ese alimento que me pedía era prohibido o que ya habíamos comido todo lo que estaba pautado, fue cada vez que mi cuerpo volvió a comunicarse conmigo de una manera más intensa. Mi cuerpo, entonces, encontró la manera más explosiva para hacer que le prestara atención: el atracón. Atracón tras atracón, me comencé a considerar una comedora compulsiva. Recurrí a terapia para dejar de ‘comerme’ mis emociones, hice coaching para tener más determinación y fuerza de voluntad. Pero querer arreglar mis episodios de  compulsión con todos estos métodos era como querer curar una herida de bala con un apósito. Totalmente inútil.

Nuevo Libro: La Última Dieta - Noe Previtera
Nuevo Libro: La Última Dieta – Noe Previtera

Yo no era una comedora compulsiva. Yo era una dietista crónica. 

Un dietista crónico no confía en su cuerpo y suele no gustarle su cuerpo. Un dietista crónico se ha desconectado de las señales innatas de hambre-saciedad y presenta una gran inclinación a confundir emociones con hambre. ¿Te suena familiar? Un dietista crónico es muy (muy) observante de su peso. Cuenta macros, calorías y horarios, y hasta lleva un diario de sus ingestas. Un dietista crónico piensa detalladamente antes de cada comida y se siente muy culpable si accedió a algo fuera de lo planificado. La comida ocupa mucho de su tiempo mental. ¿Seguís leyendo? ¿Te seguís sintiendo identificada?

Dejame hacerte otras preguntas: ¿A qué edad comenzaste tu primer dieta? ¿Cuántos años tenés ahora? ¿Cuántas veces has subido y bajado de peso? ¿Cuánto tiempo te mantuviste en los pesos bajos? ¿Tenés miedo constante a aumentar de peso? ¿Has ido acumulando peso con el paso de las dietas? En algún momento de nuestra niñez o adolescencia entendimos que nuestro cuerpo era demasiado grande, gordo o inadecuado, y para corregir ese error debíamos bajar de peso. Ahí mismo, en ese instante donde decidiste empezar la primera hambruna auto impuesta es donde comenzó todo lo que experimentás hoy con la comida y tu cuerpo. Y la frase que recurrentemente sale a luz es: ‘Desearía ser tan flaca ser tan flaca como la primera vez que me sentí gorda’.

Repetimos y repetimos la fórmula obteniendo siempre el mismo resultado. Hasta que subimos mucho de peso. Yo repetí la fórmula hasta que subí 30 kilos en 3 meses. Era dueña de un gimnasio y competía en fitness. Mi misión de vida era mantenerme delgada y demostrarle al mundo que había resuelto mi compulsión con la comida. Mi misión de vida era ayudar a los demás a adelgazar y que ellos también resolvieran su sufrimiento con sus cuerpos. Pero continuaba robándole potes de dulce de leche a mi mamá en mis visitas del domingo. Continuaba comprando comida a las 2am en estaciones de servicio y devorada todo mientras manejaba de regreso a casa. Lo hacía no porque quisiera, sino porque no sabía que existía otra manera. No había estilo de vida más saludable que el que yo llevaba en público. Pero en privado nadie sabía que no había resuelto mi mayor pesadilla. 30 kilos en 3 meses fueron el producto de un eterno atracón. Nunca había perdido tanto el control. Mi cuerpo estaba intentando comunicarse conmigo de una manera tan intensa como nunca había sentido. 

Solo ahí comprendí. Lo vi muy claro. Era una dietista crónica. Mi problema era que nunca me había relacionado con la comida sino a través de mi objetivo de adelgazamiento. No era adicta a la comida. Era adicta al control de la comida. 

Hace 5 años dejé de hacer dietas. No sabía lo que iba a ocurrir. El pensar en comer cada vez que tuviera hambre me daba una sensación de autodestrucción. Dejé de hacer dietas porque ya no toleraba un atracón más. La intensidad de cada episodio de compulsión era más dolorosa que los 30 kilos que mi cuerpo se había puesto encima. Dejé de hacer dietas porque ya no quería esperar a adelgazar un poco para ser feliz. 

Todas las justificaciones que pasan por tu cabeza en este momento de porqué vos no podrías hacer lo mismo que yo hice, las conozco. Las escuché en mi propia mente y las sigo escuchando en mis alumnas y en mis miles de seguidoras: ‘Yo sí tengo que hacer dieta por mi salud’, ‘voy a bajar un poco de peso antes y luego dejo de hacer dieta’, ‘no hago dieta,lo mío es un estilo de vida’. Y entiendo cuan aterrorizante puede ser, de repente, que te digan que podés escuchar tu cuerpo y confiar en su sabiduría. 

¿Podés realmente confiar en este cuerpo ingobernable? ¿En este cuerpo que solo te ha demostrado descontrol si lo dejás libre? ¿En este cuerpo que se aumenta todos los kilos que odiás? ¿Realmente podés?

Johann Hari, en sus incesantes estudios sobre adicciones, dejó más que en claro que lo contrario a la compulsión no es la abstinencia, sino la conexión (Chasing the Scream, 2015). Somos compulsivos con la comida porque nos hemos desconectado y estamos experimentando un vacío. Y ese vacío lo hemos intentado ordenar con reglas sobre lo que debemos y no debemos comer. Lo que nos lleva directo a un episodio de compulsión futuro y a la idea de nuevas reglas de alimentación. 

¿Te das cuenta del ciclo? ¿Te das cuenta de la solución? Dejar de repetir la fórmula. Salirse de la necesidad de controlar el peso del cuerpo mediante lo que comés y por primera vez en tu vida conectar. Conectar con tu hambre, conectar con tus vacíos y demonios, conectar con el miedo de habitar tu cuerpo, conectar con todo lo que creías que no ibas a sentir si eras lo suficientemente flaca. 

Por eso, hagas lo que hagas, te invito a dejar de resistir la comida. Hagas lo que hagas, empezá por dejar de hacer dieta. Mañana despertate a la mañana e intentá decidir lo que vas a comer en el desayuno basado en lo que querés, no en lo que deberías. Sé que vas a querer algo que en tu cabeza tenés catalogado como prohibido, chatarra o demasiado engordante. Atravesá los prejuicios sobre la comida y conectá. Nunca fueron tus kilos el problema. Por eso el objetivo acá no va a ser adelgazar 10, 20 o cuántos kilos hayas determinado en tu cabeza. El objetivo es conectar. El objetivo es vivir más abundantemente, amar más profundamente. Ser quién realmente podés ser cuando no estás obsesionada por la comida que comiste y no deberías haber ingerido. 

Un dietista crónico se sana cuando confía en su cuerpo y se ofrece a él mismo la oportunidad de habitarlo. Un dietista crónico se vuelve un comedor normal cuando se da total permiso de comer lo que quiera y madura teniendo una relación con la comida, no privándose de ella. Un dietista crónico se recupera de sus compulsiones sintiendo. Todas sabemos lo increíblemente seductor que puede ser empezar una dieta cuando nos sentimos demasiado gordas o feas. El tipo de ‘sentir’ del que hablo, ese que cura compulsiones, excede al de humillación y vergüenza. 

Un dietista crónico se recupera sintiendo la libertad de elegir. Ya no escuchando la voz de su madre reclamando que no puede comer todo el paquete de galleta. Un dietista crónico aprende comiendo todo el paquete de galleta. Aprende que capaz solo necesitaba medio paquete, pero ahora entiende desde la experiencia, no desde la prohibición. 

Por eso, hagas lo que hagas, no empieces otra dieta.